Historias y Leyendas

El Aoandaon (de Ao: Azul y Andon: Lámpara de papel) es un espíritu peligroso dentro de la mitología japonesa que se piensa puede ser invocado cuando se juntan 100 personas a contar cada uno historias de terror. En la época Edo, era una costumbre muy popular. Cada persona debe traer consigo una vela, la cual debía ser puesta en un andon de papel azul, para dar un toque más terrorífico al ambiente. Cada persona debe contar una historia de terror o sobrenatural, y cuando termina, deberá apagar su andon. Cuando el último andon quede apagado, se presenta el Ao-Andon. Se dice que es igual a un hombre, pero su piel es azul, posee 2 cuernos y unos dientes filosos. Si es que es invocado, volverá realidad las historias.
Si alguna vez has ido a caminar en la noche y escuchaste unos pasos extraños, al dar la vuelta te aterrorizas porque no encuentras nada allí, es que te ha seguido el yokai conocido en la prefectura de Nara como Betobeto-san.
Otras leyandas hablan del Doro-Ta-Bo un granjero pobre, pero muy trabajador, que se las arregló para convertir un pedazo de tierra descuidada, en un hermoso cultivo.
Hitodama que hace referencia a la aparición de las almas cuando abandonan el cuerpo antes de ir al otro mundo.
Yukionna (La mujer nieve)Se les aparece a los que están agotados por luchar contra una tempestad de nieve, los calma y los duerme hasta que pierden el conocimiento y mueren.
Yamamba (la mujer de la montaña.
Toire no Hanakosan cuida el baño, por eso los profesores le suelen decir a los niños que si no mantienen limpio el baño la Hanakosan va estar triste.
Nopperabo es un fantasma sin rostro, que se le encuentra caminando por las calle oscuras con la cara hacia abajo.
Los fantasmas traviesos llamados “LOS HENGE” que son animales que tienen poderes sobrenaturales, dentro de los mas conocidos se encuentran el Kitsune (el zorro) y el Tanuki (Mapache).
El Kitsune es capaz de poseer a las personas, cuando un zorro posee a alguien esta persona empieza a actuar como loco y se pone a comer aceitunas y budín de soya frita (el alimento preferido del zorro), cuando la persona vuelve a la normalidad no se acuerda de nada. Pero el zorro además de las locuras que hace, también es el guardián de los niños perdidos en las montañas a los cuales brinda protección hasta que encuentran su hogar. Además el Zorro es parte de uno de los “kami” (dioses) mas importantes del shintoismo, llamado Inari, el cual tiene un santuario propio.
El Tanuki es mucho más gracioso y loco que el zorro, es un adicto al licor, la comida y las fiestas. Para poder entrar a las fiestas a satisfacer sus deseos cambia su figura por algún invitado a la fiesta, de esta manera come y bebe mucho sake.


Tanabata

Orihime (織姫, Princesa Tejedora?) era la hija de Tentei (天帝, Rey Celestial?). Orihime tejía telas espléndidas a orillas de la Vía Láctea (天の川, Amanogawa?). A su padre le encataban sus telas, y ella trabajaba duro día tras día para tenerlas listas. Pero algo aflijía a la princesa, porque a causa de su trabajo nunca podía conocer a alguien de quien enamorarse. Preocupada por su hija, Tentei concertó un encuentro entre ella y Hikoboshi (彦星, Pastor de las Estrellas?), quien vivía al otro lado del río Amanogawa. Cuando los dos se conocieron, se enamoraron al instante el uno del otro, y poco después se casaron. Sin embargo, una vez casados Orihime descuidó sus tareas y dejó de tejer para Tentei, al tiempo que Hikoboshi descuidó su rebaño y dejó que las estrellas se desperdigaran por el Cielo. Furioso, Tentei separó a los amantes, uno a cada lado del Amanogawa, prohibiendo que se vieran. Orihime sintió la pérdida de su marido, y le pidió a su padre el poder verse una vez más. Tentei, conmovido por las lágrimas de su hija, permitió que los amantes se vieran el séptimo día del séptimo mes, siempre que Orihime tuviera terminado su trabajo. Sin embargo, la primera vez que intentaron verse se dieron cuenta de que no podían cruzar el río, dado que no había puente alguno. Orihime lloró tanto que una bandada de urracas vino en su ayuda y le prometieron que harían un puente con sus alas para que pudiera cruzar el río. Si un año ese día está lloviendo, las urracas no pueden venir y los dos amantes tienen que esperar hasta el año siguiente.



Urashima vivió, hace cientos y cientos de años, en una de las islas situadas al oeste del archipiélago japonés. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores. Una red y una barquichuela constituían toda su fortuna. Sin embargo, el matrimonio veía compensada su pobreza con la bondad de su hijo Urashima. Y sucedió que cierto día el muchacho caminaba por una de las calles de la aldea, cuando de pronto vio a unos cuantos chiquillos que maltrataban a una enorme tortuga. De seguir de aquel modo mucho tiempo hubieran acabado por matarla y Urashima decidió impedirlo. Se dirigió a los chicos, y, reprendiéndoles por su mala acción, les quitó la tortuga. Cuando la tuvo en sus manos pensó dejarla en libertad y para ello fue hacía la playa. Una vez allí la llevó a la orilla y la dejó en el mar. Vio como la tortuga se alejaba poco a poco y cuando la perdió de vista Urashima regresó a su casa orgulloso de haberla salvado. Sentía una gran satisfacción por haber librado al animal de sus pequeños verdugos. Transcurrió algún tiempo desde aquel día.

Una mañana, el muchacho se fue a pescar. Tomó el camino que conducía a la playa y cuando llegó puso la barca en el agua, se montó en ella y remó mar adentro. Llevaba largo rato remando y por momentos perdió de vista la orilla; decidió echar al agua su red y cuando tiró para sacarla hacia fuera notó que le pesaba más que de costumbre. Cuando logró levantarla, con gran sorpresa, vio que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo echó al mar, la cual, dirigiéndose a él, le dijo que el rey de los mares, que había visto su buen corazón, la enviaba para conducirle a su palacio y casarle con su hija, la princesa Otohime. A Urashima le entusiasmaban las aventuras y accedió muy gustoso, aunque la incertidumbre no dejaba de merodearle en su cabeza. Juntos, la tortuga y Urashima, se fueron mar adentro hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral que daban sombra a los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerías.
Hacia los asombrados ojos de Urashima, avanzaba una hermosísima doncella: era Otohime, la hija del rey del mar. Le recibió como a un esposo y juntos vivieron varios días en una completa felicidad. Todos colmaban al pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo estaba allí. ¿Para qué iba a querer saberlo? No debía importarle. La vida en aquel maravilloso lugar le parecía inmejorable; nunca pudo soñar nada semejante. Y cuando más feliz estaba, sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué sería de ellos? Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle de que se quedara junto a ella, pero nada cambió su decisión, ni siquiera el amor que ambos habían cultivado juntos todo ese largo tiempo. El pescador estaba firme en su propósito. Así, pues, Otohime prometió devolverle a la aldea y con un lucido cortejo le acompañó hasta la playa. Cuando al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, si quería volver a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su acompañamiento se internó en el mar.
Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos, miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo y después recorrió la playa con la esperanza de ver de nuevo a su padres. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas, las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces había ido a jugar. Le parecía que su vida en la cuidad del mar había sido un sueño. "¡Qué lejos todo aquello!" pensó. Entonces encaminó sus pasos hacia su casa, pero cuando entró en la aldea no supo por dónde tirar. La encontraba completamente cambiada, no la reconocía. Las casas eran más grandes que antaño, con tejados de pizarra que sustituían a los de paja, todo era diferente. La gente se vestía con vistosos quimonos bordados. Parecía otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo, estaba convencido de ello. La misma playa, las mismas montañas, sólo las casas y la gente habían cambiado. Entonces decidió preguntar a unos muchachos dónde se encontraba la casa del pescador Urashima, puesto que éste era también el nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle, no conocían a tal pescador. Entró en un comercio e hizo la misma pregunta al dueño, pero éste le dijo lo mismo que los chicos, "nunca habían oído hablar de tal pescador". Entonces pensó que quizás tampoco era cierto el hecho de que su padre de siempre le transmitió que un anciano legendario del pueblo era el que creía conocer a todos los habitantes de la pequeña aldea. En esto quizás sí acertó su padre, porque al pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar por su apariencia, dijo con voz tenue que él sabía mil historietas antiguas del pueblo y conocía las vidas de sus antiguos habitantes. Urashima se dirigió a él, por indicación del dueño de la tienda y le preguntó dónde estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó, se quedó un momento pensativo, y al cabo de un rato reaccionó diciendo.
-Casi lo había olvidado, hijo. Han pasado más de cien años desde que murió el matrimonio. Su único hijo cuenta la leyenda que un día salió a pescar y que a partir de entonces nadie volvió a saber lo que le sucedió al pequeño.
Urashima empezó a comprender. Mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días en realidad habían sido más de cien años. No supo qué hacer. Se encontraba completamente solo en un pueblo que, aunque era el suyo, le era total y en absoluto extraño. Entonces se dirigió a la playa de nuevo, añoraba, ahora, y comprendía, entonces, el poco amor que le quedó por descubrir y prometió volver al encuentro con la princesa Otohime.Pero pensó "¿Cómo puedo llegar hasta ella?"

En su precipitación por ver a sus padres olvidó cuándo se despidieron. También preguntarle de qué medio se valdría para volver a verla. Y de pronto recordó la cajita que tenía entre sus manos. Se olvidó de que no debía abrirla y pensó que haciéndolo quizá pudiera ir junto a Otohime. Desató sus cordones y la destapó, abriéndola por completo. Al instante salió de ella una nubecilla que se fué elevando, elevando, hasta perderse de vista. En vano Urashima intentó alcanzarla. Entonces recordó la recomendación de la princesa, su atolondramiento le había dejado en blanco. Ya no volvería a verla. Sintió, pues, que sus fuerzas le abandonaban, que sus cabellos encanecían, que su rostro se marcaba de innumerables arrugas, haciendo de su piel una suave tela; su corazón cesó poco a poco hasta que dejó de latir, hasta que al fin cayó al suelo precipitadamente, con la mirada perdida en el firmamento. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un hombre decrépito, sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.